La tártara es una pequeña obra de teatro. Es el opuesto por el vértice de Ante la ley, el cuento de Franz Kafka de 1915. Ese texto establece un principio, un desarrollo, y un final, entramos en la lógica de la ficción kafkiana de su mano, y luego de atravesar todas las visicitudes del personaje principal, una resolución final es presentada. Nada queda suelto, ni antes, ni después. El pasado y el futuro no son importantes, solamente el transcurrir del relato, mientras el relato dura.
La tártara nos muestra un revés de la trama a partir de una operatoria compleja. Utilizando las mismas exactas palabras del texto de Kafka, en la traducción de Borges, se reconfigura un fragmento de una historia mayor, cuyo inicio y final no conoceremos jamás. Una vez que comienza, la circunstancia que vincula a los dos personajes es totalmente desconocida para el espectador, y de naturaleza tan abierta, que es posible imaginar infinitas circunstancias, todas posibles. Tampoco hay indicios en la narración teatral, acerca de cómo será el futuro de la historia. Nada se resuelve, nada cambia. Acaso los hechos de la pieza están sucediendo desde hace años, siempre de la misma manera. El espectador llega al lugar en el que los hechos están ocurriendo. Sin preámbulos, sin explicaciones, sin esperanzas. Y se aleja antes de que una conclusión pueda apenas esgrimirse.
Texto de Carlos Campos brevemente intervenido por Cecilia Vázquez